El otro día fuí a una charla que organizaba la Cámara de Comercio. Uno de los conferenciantes, José Valle, nos presentó SEUR como una maravilla del mundo desarrollado, como un socio amoroso, me enamoró.
Mi idea de empresa iba a necesitar logística así que al día siguiente fuí al encuentro de mi amor: SEUR.
Por el camino, encontré un reapartidor y le pregunté dónde tenían la sede y me dijo que en un polígono en el quinto pino pero que me ahorrase el viaje porque el director estaba de viaje y el comercial (vendedor) tampoco.
Pues nada, plantón en la primera cita, lo dejé para la semana siguiente. Antes de ir, para asegurar el viaje al polígono del quinto pino, les telefoneé y me dijeron que el director seguía de viaje y el comercial tampoco; me recogieron el recado y me llamarán lo antes posible.
A la siguente semana no me habían llamado, aquel amor a primera vista se estaba enfriando.
Fuí a su oficina. Me atendió la recepcionista. Cuando la empecé a explicar todas las tarifas que quería (las quería todas) me dijo que eso mejor lo trataba más detalladamente con el comercial. Lo malo es que el comercial estaba ocupado con una llamada. El director, por descontado, estaba de viaje. Esperé un rato y al parecer el comercial seguía ocupado con la llamada, que era mucho más importante que yo; y no había nadie más en todo SEUR que me pudiese atender. Dejé de nuevo mi número y de nuevo la promesa de que me llamarían lo antes posible.
Ha pasado otra semana, el amor se ha vuelto odio, ya no quiero nada con SEUR. Ya sé que no soy nadie, ya sé que de momento no tengo ninguna empresa y es posible que nunca la tenga, pero como la tenga, mucho tiene que cambiar SEUR para que haga negocio con ellos. Además, mejor, hala; no puede ser bueno mandar una paquete a través de una empresa que no te atienden, que no te llaman y que su jefe está siempre de viaje.
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